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Mick Doohan, el mito que se quedó solo

Todavía quedaban tres carreras, pero no era un día para mirar al futuro. El 21 de agosto de 1994, hace exactamente 25 años, el australiano Michael Doohan se convertía en campeón del mundo de 500cc. Cinco años después de su debut, ‘Mick’ por fin conseguía hacerse con el número 1 que le acreditaba como el mejor piloto del mundo. Tardaría cinco años en dejarlo libre.

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Cinco años de absoluta tiranía, donde no hubo una sola temporada en la que no ganase más de la mitad de las carreras. De 1994 a 1998 se disputaron 71 carreras en la categoría reina, de las que él se llevó hasta 44. Casi un 62%.

La razón es sencilla: se había quedado solo. Se había pasado la primera mitad de la década batallando contra algunas de las mayores leyendas de la historia del medio litro, siendo protagonista de una época dorada. Salvo en su temporada de debut en 1989 –logrando su primer podio en su sexta carrera-, Mick siempre terminó entre los cuatro primeros: tercero en 1990, subcampeón en 1991 y 1992 y cuarto en 1993.

Había llegado al Mundial a tiempo de ver el último título de Eddie Lawson y de compartir box con su compatriota Wayne Gardner en el Rothmans Honda, pero sus grandes rivales serían los norteamericanos Wayne Rainey y Kevin Schwantz.

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Yamaha tenía a Rainey, Suzuki a Schwantz. Honda encontró en Doohan al candidato perfecto para plantar cara al dúo norteamericano, que ya empezaba a polarizar la opinión. En su segundo año, 1990, todavía estaba un paso por detrás de ambos… y también de Gardner y Lawson, que seguían dando sus últimos coletazos. La buena noticia es que estaba aprendiendo de los mejores.

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No solo aprendía: aprendía rápido. Muy rápido. En su tercera temporada se metió de lleno en la lucha por el título entre Rainey y Schwantz. Aunque solamente ganó tres carreras, no se bajó del podio en todo el año a excepción de una caída en Assen. Terminó subcampeón a nueve puntos de Rainey, que había ganado seis carreras, por cinco de Schwantz.

Por fin era uno de ellos, era el momento de superarlos. Vaya sí lo hizo: arrancó la temporada con cuatro victorias seguidas, tres de ellas con Rainey segundo. Después de eso sumó dos segundos puestos (uno tras Schwantz y otro tras Rainey) y volvió a ganar en Hockenheim. Con cinco victorias y dos segundos, iba disparado hacia el título. Apenas quedaban seis carreras y parecía imbatible.

Hasta que llegó Assen, y allí todo cambió. Como suele suceder en el motociclismo, en apenas milésimas de segundo la historia dio un vuelco. Un reguero de aceite llevó a Doohan al suelo. Sin poder levantarse –había sufrido una fractura distal con desplazamiento de su tibia derecha- pensaba en cómo volver. Un médico rencoroso tomó la peor decisión y estuvo cerca de perder la pierna.

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Por suerte para Mick, el doctor Claudio Costa acudió al rescate y salvó su pierna y su carrera. Lo que nadie pudo salvar fue el título mundial. Tras perderse cuatro carreras, volvió en la penúltima cita en Brasil. No habían pasado ni dos meses. Todavía líder, forzó para volver y acabó duodécimo, fuera de los puntos (entonces solo puntuaban diez). Rainey ganó.

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El Gran Premio de Sudáfrica que ponía el telón a la temporada fue la crónica de una derrota anunciada. Rainey, que llegaba a la cita dos puntos por detrás de Doohan, no quiso ayuda de su compañero John Kocinski, y no la tuvo: Kocinski ganó la carrera ante Gardner. Tampoco la necesitó: fue tercero y se llevó el título ante un Doohan que solamente pudo ser sexto. En el que tenía que haber sido su año, vio cómo la gloria se le escapaba entre los dedos.

El año 1993 no fue bueno. Las secuelas de la lesión seguían muy presentes, y mucha gente dudó de que Doohan pudiese volver a su nivel. Una sola victoria y un puñado de podios daban motivos para el optimismo; pero eran Schwantz y Rainey los que acaparaban los focos y la lucha por el título.

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Hasta que en la antepenúltima cita, Rainey sufrió el desgraciado accidente que lo dejaría en una silla de ruedas. Schwantz fue campeón, Doohan cuarto tras su compatriota Daryl Beattie. Por fin el de Suzuki tenía su título, pero lo sucedido a Rainey le afectó mentalmente. Más de lo que quiso admitirse en un primer momento. Aunque aguantó hasta las tres primeras carreras de 1995 -cuando se retiró después de una charla con Rainey-, hacía tiempo que mentalmente no estaba.

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Mientras tanto, Honda –que se había quedado sin Rothmans como patrocinador y lucía los colores corporativos sin patrocinio- se volcó con su número uno, diseñando para él una forma de accionar el freno trasero por el pulgar ante la imposibilidad de hacerlo con el pie. Doohan correspondió recuperando la versión de 1992.

Tercero en Australia, victoria en Malasia, segundo en Japón. Desde ahí, seis triunfos seguidos. Segundo en Donington y bola de título en Brno. Allí, con su octava victoria en once carreras, certificó matemáticamente su primer título mundial. No era un día para mirar al futuro, sino para acordarse del pasado. Del día en que temió por su pierna dos años antes. De la lucha incansable con los mitos del medio litro.

Mitos que ya no estaban. En 1992 se habían retirado Eddie Lawson, Wayne Gardner y Randy Mamola. Un año después se produjo el accidente de Wayne Rainey, y en 1995 Kevin Schwantz dijo adiós. Se había quedado completamente solo.

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En su primer título, el subcampeonato se lo quedó Luca Cadalora ante John Kocinski. Al año siguiente fue para Daryl Beattie, y en 1996 fue Álex Crivillé el que dio el salto para ser el segundo del resto. En su apabullante 1997 el subcampeonato sería para Tadayuki Okada, con Max Biaggi tomando el relevo un año después. Todos ellos grandísimos pilotos, sí, pero Doohan estaba a otro nivel. Al que da competir durante un lustro con semejante grupo de leyendas.

En 1999 llegaría otra grave lesión que, con 33 años, le hizo optar por la retirada. Era el momento: ya lo había hecho todo. Primero fue parte de una generación histórica y, cuando se quedó solo, arrasó con la siguiente en la mayor era de dominación que ha conocido el motociclismo moderno.