No vamos a parar de reclamarles seguridad a la justicia, políticos y policías, así como ellos no se cansan de tomar una postura de complacencia ante un problema que parece ser de fácil solución. ¿Tan bajo hemos caído, que no se pueden poner móviles patrullando las zonas de conflicto (siempre las mismas) en cuanto al robo de motos? ¿Tan vacío han dejado el país que no hay presupuesto para realizar una acción tan simple?

Es lamentable, pero los argentinos somos víctimas de dos tipos de criminales, que a su vez son cómplices entre sí: la clase dirigente -que absorbió a una nación a base de corrupción y ambición de poder- y los delincuentes –que, romantizados y apañados por dichos dirigentes, se encargan de hacer que la circulación por las calles se torne un riesgo de vida-. El asesinato del empresario Andrés Blaquier, el domingo 29 de octubre, en un nuevo episodio de lo que ya anticipamos tantas veces, es una prueba cabal de todo aquello.

Los asesinos tienen 18 y 20 años

Sucedió otra vez en las rutas al norte. El kilómetro 50 de la Panamericana (mano a Capital) fue testigo de la impotencia cuando Blaquier circulaba por el carril lento en un paseo dominical junto a su esposa en su BMW R 1200 GS. De pronto, dos delincuentes lo abordaron en una Benelli (no está especificado qué modelo), se le pusieron a la par y, ante el intento de resistencia y fuga, le dispararon varias veces con una pistola 9mm. Uno de los proyectiles dio en el pecho del empresario, que cayó malherido (su mujer resultó ilesa). Fue allí cuando uno de los asesinos se llevó el vehículo en el que viajaba la víctima, pero lo abandonó unos kilómetros más adelante.

Los victimarios fueron identificados como Brisa Villarreal de los Ángeles (18 años) y Luciano Jesús González (20). La primera resultó detenida luego de una serie de allanamientos que la policía realizó cerca de las 6 de la mañana. El segundo (quien disparó) sigue prófugo. ¿Por qué curar y no prevenir el robo de motos? La respuesta es una gran incógnita.

El modus operandi del robo de motos: hartos de explicarlo

A modo de presagio negro, el 25 de octubre publicamos un editorial dirigido a las autoridades. Les reclamábamos tomar cartas sobre el asunto. Algunas semanas antes de esa nota, habíamos escrito otra al respecto; y meses atrás, una más. ¿Hace falta que volvamos a explicar cómo funciona el robo de motos? Por las dudas, lo hacemos. Quizá los responsables de nuestra seguridad padezcan déficit de atención.

El procedimiento es así: dos delincuentes en motos de alta cilindrada previamente sustraída abordan a un usuario que circule en las rutas del norte, sur y oeste del Conurbano Bonaerense (en el este no roban porque está el río y, que se sepa, estos vehículos se hunden en el agua…). En ese momento, sacan un arma, lo amenazan, lo hacen detener, le roban la moto y le disparan en una pierna (con suerte) para evitar que se desplace en busca de ayuda.

Los malvivientes escapan, uno en cada rodado. Después los venden en páginas exclusivas de motos ilegales (otra tomada de pelo), se desarman o se usan para futuros delitos (otra más). La resistencia o el intento de fuga pueden acarrear peores consecuencias, como en el caso de Blaquier. ¿Por qué tenemos que resignarnos a eso? ¿Por qué tenemos que entregar un bien personal para no morir? ¿Por qué tenemos que conformarnos con no salir un fin de semana en moto por miedo al robo de motos? Lo triste es que surjan tantas preguntas y ninguna respuesta. ¿La habrá a partir de ahora? Sabemos que los políticos funcionan a fuerza de tragedia visible, y eso es asqueroso.

¿Y las consecuencias para las lacras?

Harta, cansa, aburre escuchar discusiones que tienen más de filosofía barata, resentimiento y sentido de pertenencia ideológica que de solución. Las famosas garantías, la carencia de consecuencias para los delincuentes y, por supuesto, la poca acción ejercida por los actores que deben encargarse de los castigos llevan a estos resultados catastróficos.

Es hora de entender que el orden no es de izquierda ni de derecha. Simplemente es orden, un factor necesario para que los estados puedan funcionar. Los castigos no son de fascista ni de románticos. Son simplemente el método por el cual sabemos lo que no tenemos que hacer para que el mundo no se vuelva una anarquía. Lo entiende hasta un perro. Es básico y no se justifica con ningún argumento social. Mientras la cadena de mando encargada de nuestra seguridad no asimile estos conceptos, lo más probable es que más de uno deje su moto guardada en la cochera.

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Esta entrada ha sido publicada el 31 octubre, 2022 08:30